Julian



Amanece. Hace mucho calor. Una canoa a motor ronronea entre riachos estrechos. Una multitud de cantos de pájaros y ruidos de bichos hacen un colchón sonoro  que compite con el ruido del motor hasta casi taparlo. Maneja Julián. Un hombre de unos cincuenta y cinco años, tez morena, muy flaco. Viste pantalones largos de color gris, alpargatas y una remera sin mangas de color verde. Lleva sobre el pelo blanco una gorra que dice "Menem 1999". Silba.
Llega a un pequeño embarcadero. Solo la endeble estructura de madera corta el verde del paisaje isleño del río Paraná. Baja en medio de una nube de mosquitos que parecen no hacerle nada. Ata la canoa a un árbol con una soga. Saca de la canoa una larguísima línea de pesca, que a su vez ata al mismo árbol que la embarcación. Engancha un pedazo bastante grande de cascara de naranja del otro lado en un anzuelo. Tira la línea al río, que se va con la corriente. 
Camina por un estrecho sendero entre la vegetación. Un perro marrón, bastante pequeño y tuerto lo sigue. Estaba en la orilla. Julián lo vé y agachándose a recoger un piedra, se la tira. 
- Uira perro!.- le grita con una voz aguda que no parece haber salido de su cuerpo. 
Julián piensa en que el perro tuerto se parece a "Batuque", uno que tuvo hace más de veinte años.
- A éste también se lo va a llevar la crecida.- dice en voz alta. 
Saca un paquete de cigarrillos de su bolsillo y prende uno con una sola mano. Deja salir una bocanada de humo y sigue silbando. 
Detrás de unos árboles aparece una casa enorme de dos plantas con una reja de más de dos metros que la rodea. Julián saca una pequeña llave de su bolsillo y abre el candado que trababa con una cadena la puerta principal. Detrás, un camino cubierto de piedras rojas serpentea por entre un jardìn lleno de flores hasta llegar a la entrada de la casa. 
Cierra la puerta dejando al perro del lado de afuera. Camina lentamente los casi cien metros que separan de la casa. Se mete en un pequeño cuarto de herramientas que está al costado de la mansión. Sale con una máquina de cortar pasto. La hace funcionar y empieza a recortar el césped. Del otro lado de la reja, el perro tuerto lo mira trabajar y de vez en cuando le ladra. Julián no lo escucha por el ruido del motor de la máquina. 
Después de más de una hora de trabajo, apaga el motor y se sienta bajo un árbol a descansar. Dos gruesas gotas de sudor bajan por su mejilla. Se saca la gorra y se seca la transpiración con la palma de la mano. Prende un cigarrillo y ve al perro detrás de reja que lo mira moviendo la cola. 
- Perro muerto de hambre!.- suelta con la misma voz finita. 
El perro le lanza un par de ladridos juguetones. El mira para otro lado y vuelve a meterse en el cuarto de herramientas. Sale con una pala y empieza a trabajar en los canteros de flores que están alrededor del camino. 
Al mediodía deja de trabajar. El calor no lo deja seguir. Se vuelve a sentar bajo la sombra del mismo árbol. Toma agua de una jarra que acaba de llenar en una canilla próxima. Se vierte el resto del líquido en la cabeza, resoplando del calor. 
Se para y guarda las herramientas en el cuartito. Sale con una hamaca paraguaya que engancha entre dos árboles. Se acuesta a dormir la siesta. 
Dos horas después lo despiertan los ladridos del perro tuerto.
- Sos insistidor vos...-  le dice. Se levanta y va hasta la puerta principal dejándolo entrar. El perro le hace fiesta y lo sigue. Julián busca un tazón con agua. Se lo deja y el perro la toma instantáneamente. 
Se sienta bajo el árbol a fumar en una silla de paja. El perro se le acerca y se acuesta en una sombra a unos dos metros. El ruido de las chicharras es lo único que se escucha en medio del calor que todo lo hunde. 
A la hora que el sol empieza a caer y los mosquitos salen de su refugio. Julián va hacia la casa grande. Abre con otra llave una pequeña puerta que da a la cocina. De allí a otra puerta aún más pequeña que baja hacia un sótano. El perro que lo venía siguiendo se para sin animarse a bajar. Dos minutos después Julián vuelve a subir con dos botellas. De vuelta afuera, toma del cuartito una pequeña parrilla y un cuchillo enorme.
- Veni chicho, vamos a ver si hay algo de comer.- le dice al perro, caminando hacia el rìo. 
Llegan a la orilla. Hunde las botellas en el agua, enterrándolas en el barro de manera que el líquido las cubra hasta sus 3/4 partes. Agarra la línea que esta muy tensa. Empieza a tirar de ella. Al final, saca un pacú de tamaño mediano. Sobre un tronco lo eviscera y limpia. Busca leña en los alrededores y prende un fuego. Se sienta en un tronco a ver las llamas. 
Cae la noche. 
- Batuque te voy a llamar.- le dice al perro que está echado a su lado acaricándole la cabeza. 
Se levanta y va a buscar una de las botellas que dejó enfriando en el río. Hábilmente con el cuchillo le saca el corcho que está un poco enmohecido. Le da un trago del pico. 
Mira la etiqueta. Llega a ver con la pálida luz de las llamas. "Beaune. Luis Latour". 
- Pa' qué guardan tantas botellas estos doctores? No entiendo Batuque... Lo que sí, como rico, es rico...- y se sienta en el tronco a seguir viendo las llamas. 

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