Dos vinos en Cabo Polonio



Son las 12:15 del jueves 12 de enero de 2017. Una señora de unos sesenta años de pelo renegrido y rodete tirante carga una sombrilla verde y blanca intentando remontar la loma que lleva a la playa sur de Cabo Polonio. Con cara de pocos amigos mira a su alrededor y reprende al que seguramente es su hijo que camina unos pasos delante de ella.
- Donde me trajiste?-   dice con mezcla de bronca e incredulidad esquivando una pila de bosta de caballo.
Acaba de bajarse de un camión con viejos asientos de colectivo reciclados en la caja y traída a través de 7 kilómetros de médanos desde la ruta. Estamos en Rocha, departamento de la R.O.U.  El lugar, ya lo dije, es Cabo Polonio. Un inhóspito cabo rocoso rodeado de médanos y alejado del mundo civilizado que cuenta con un faro y una población de lobos marinos. Acá no hay electricidad ni agua potable. Menos gas natural y ni qué hablar de cloacas. No hay calles ni árboles. No hay un solo árbol! Mucho menos sombra. Un centenar de casas desperdigadas por ahí caen hacia el mar de manera desordenada y una población de turistas de lo más estrafalaria  se pasea entre la arena y las piedras por puestos de venta de ropa y chucherías de reminiscencia hippie. Siempre hay alguien tocando la guitarra
- Que le ven a ésto? Si no hay nada...- Sigue diciendo la señora con cara de pocos amigos.
Justamente el encanto de Cabo Polonio es que no hay nada. Hay gente, hay estrellas, hay anocheceres, cielos, lunas, mar, playa, barcitos precarios iluminados con velas, charlas con gente por conocer. Hay nada más que eso. Es jugar un rato al desenchufe total. Hacerse el que uno puede prescindir de la tecnología.
Hace nueve años aquí cambió radicalmente mi vida para bien. Hoy vuelvo sommelier a pasar unos días al Cabo y de paso les cuento que tomé unos vinos. No muchos, porque el vino es secundario en el Polonio, pero algo puedo contar.
Son dos vinos y de alguna manera surge el tema del maridaje uniéndolos.
El primero lo tomé en el restaurante de la posada "La Perla" que está casi en la punta misma del Cabo y con las olas lamiendo la entrada. Cayendo en la playa está este lugar muy lindo que es excepción y que tiene una muy buena ambientación con velas y música de jazz acorde. Rica comida en la carta y una buena variedad de vinos para acompañar. Una noche nos dimos un gusto familiar diferente y nos sentamos a comer aquí. A mi se me dió por pedir un ceviche de pescado de la pesca del día. El vino en cuestión fue el Atlántico Sur Sauvignon Blanc 2016, de Familia Deicas, la bodega más grande de Uruguay.  Anda el Sr. Hobbs detrás de éstos vinos como consultor.


Del color no puedo hablar por la carencia de luz evidente. En nariz es de los sauvignon blancs frutados. Pomelo amarillo, muy cítrico, con toques algo herbáceos. No mucho más. En boca tiene una acidez muy mordiente. Punzante y firme. No mucha estructura y una puntita carbónica que lo hace un poco vibrante. Al abrirse y subir un poco la temperatura apareció la nota desconcertante. Pera. Si, pera madura Y se quedó ahí por el resto de la noche. Raro, está bueno sin descollar demasiado.
El vino en sí no me pareció del otro mundo, hay muchísimos sauvignon blancs mejores. El tema es que cayó justo con el ceviche. Acompañando la acidez, empujándo los sabores y mitigando el picante. Una gran combinación y golazo del maridador que la pasó bomba con su plato y su vino. Y que además la pasó bárbaro con su mujer y su hija a la vera del océano atlántico.

El segundo vino salió al otro día. Los amigos uruguayos Juan y Victoria están parando en el Cabo con sus hijos en un rancho con vista a la playa Sur. Salió juntada al anochecer. Desde aquí se ve una de las puestas de sol más hermosas de Uruguay. El sol cae en el océano y nosotros no podemos más que maravillarnos. Aparte es día de luna llena, con lo que el espectáculo del cielo está completo minutos más tarde.
Hay charla, picadita y pizzas. Y abrimos un Marichal Premium Varietal Cabernet Sauvignon 2015 de una de mis bodegas uruguayas favoritas.
Ya hable de ella en otra entrada https://porlascatas.blogspot.com.uy/2016/01/bodega-marichal-uruguay.html.



El cabernet en cuestión es fresco, de una estructura moderada, suave, bastante frutado. Aromas a frutas rojas y pimienta blanca. Delicado y sabroso. Un cabernet jóven para tomar tranquilo en buena compañía y a buena temperatura acompañó bárbaro la comida y la charla.
Y aquí encontramos otra cuestión del maridaje y el vino. No siempre el vino que más se disfruta es el mejor ni el más caro. Hay vinos que acompañan, juntan, unen, dan alegrías y entusiasman. Hay vinos que no son los mejores objetivamente pero que en el lugar y el momento indicados descollan.
Cuento dos casos de vinos que estuvieron justo en su lugar y que hicieron el prodigio del mejor de los maridajes. Estuvieron cuando tuvieron que estar. Ese es el mejor emparejamiento que puede haber.

Son las 23.15 del miércoles 11 de enero de 2017. Hay luna llena y caminamos de vuelta por la loma que lleva a la playa sur que tanto le costará subir a la señora del rodete mañana. No hay más luz que la del satélite natural en medio de un cielo estrellado como pocas veces se ve. A ambos lados del cabo se ve el océano plateado y se escuchan las olas romper. Una brisa fresca nos hace sentir frío. Se ven cuesta abajo pequeños faroles de velas en medio de la noche y gente alrededor yendo y viniendo con linternas. Cada veintitantos segundos da vuelta la luz del faro por sobre nuestras cabezas. Nos cruzamos a un grupo de jóvenes en el camino. Uno de ellos intenta en vano sacarle una foto a la luna llena.
- Sacale una foto mental y dejate de joder.- le dice uno de sus compañeros.

Abrazo y seguramente la próxima será de nuevo en la patria. El 20 vienen los amigos de digamesommelier a casa con esperada visita del Sensei. Algunas botellitas abriremos...
Abrazos y salud.


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